El teatro disruptivo y la dramaturgia como desierto, bajo la mirada de Sebastián Fanello
Publicado el 04/07/2016
Neuquino, egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes como actor y con una extensa trayectoria laboral, Sebastián Fanello es docente de Dramaturgia en la carrera de Teatro.
La inteligencia actoral, el concepto de teatrista, la cercanía del sesgo actoral argentino y el trabajo en el marco de una carrera teatral son algunos de los puntos más interesantes que transita Sebastián, un artista que reconoce en Rafael Spregelburd un referente y cuyo objetivo, al menos en la labor docente, es motivar no sólo la actuación sino también maneras de pensar el teatro: hacer del teatro la prioridad.
Compartimos una entrevista que hicimos con él.
¿Cuál es la labor que más te interesa dentro del ámbito artístico?
Sebastián: Me cuesta mucho ver una labor separada de la otra. Para mí, están unidas y a medida que voy adquiriendo experiencia en todas ellas, se hace cada vez más profunda su relación. Por supuesto que esto no formula una regla (como todo en el teatro) de la cual uno pueda valerse siempre, pero lo cierto es que muchos años en la dirección me han enseñado mucho de actuación, los años de escribir obras me han enseñado mucho de dirección y así con todas las variantes. Por ejemplo: mi escritura está cada vez más pensada en cómo va a ser dicha por las actrices. Es decir, escribo pensando en el problema de la actuación y eso mismo puedo aplicarlo de un modo invertido cuando actúo: al ver escritos los textos que debo decir, descubro con facilidad cómo deben ser dichos, sus inflexiones, distintas tensiones en un mismo enunciado, acentos, pausas, si debe detonar algo del orden de la emoción o debe ser más laxo con más o menos tensión o énfasis. En fin, la dirección también se aceita en ese sentido, pero porque el asunto está en la teatralidad, no en el texto.
Esto me inscribe dentro de las corrientes dramáticas que no colocan al texto como epicentro del teatro, si no que entendemos que se trata de otra cosa, donde la frontera entre actuación, dramaturgia y dirección no es clara.
Nito Mestre, músico contemporáneo, comentó en una nota que tiene una rutina de 8 horas diarias. Escribe, toca la pieza en el piano, tira la composición a la basura y empieza nuevamente. En tu experiencia, ¿tenés una rutina para trabajar artísticamente?
Sebastián: Hay algunos comportamientos que tengo más instalados que otros, pero no sé si son rutinas porque no cumplen horarios y días con regularidad.
Por ejemplo, entre varias cosas que leo, leo muchas obras de teatro. Eso me transporta al encuentro de determinadas poéticas, es decir, a veces me propongo en una semana leer todo lo que encuentre de Alejandro Catalán, por ejemplo. Entonces googleo, si tiene obras publicadas las rastreo y las compro, si sé que dejó textos a amigas actrices, se los pido, si tiene un blog lo leo, me dirijo a linkear otras lecturas que él propone, si ha publicado pensamiento sobre su práctica lo consigo, si tiene videos, entrevistas en YouTube me instalo a mirarlos.
A veces me obsesiono y hago eso que me lleva a tener un espectro del universo poético de gente que me interesa. Son las ventajas de las redes: no todo es malo allí si se utiliza de modo provechoso.
¿Qué herramientas son indispensables trabajar para desempeñarse como actor?
Sebastián: Considero fundamental cultivar algo que he llamado inteligencia actoral. Creo que están los teatristas con ‘inteligencia actoral’ y luego otros.
Si el problema del teatro es la actuación, considero fundamental estar siempre cerca de ella, practicándola o estableciendo algún tipo de relación con lo actoral. En mis talleres o en mis clases siempre pregunto ¿Cuál fue la última obra que vieron? ¿La que leyeron? ¿Cuál fue la última película que miraron? ¿Qué vieron de la actuación? Aunque parezca obvio, hay muchos actores y actrices que no lo hacen, no estudian. Entonces sale un casting y concurren en manada a la toma de cámara, en donde ni siquiera hay dirección de actores detrás o sucumben acríticamente a la primera convocatoria que les llueve; o aparecen en talleres una vez al año; o afirman que no hay modos posibles de salir a escena si no son convocados (este sería un caso de poca ‘inteligencia actoral’).
Este oficio (como todos) tiene instancias superficiales (más de pose, más televisivas) y otras mucho más profundas que requieren de la creación, la inventiva, la imaginación. Yo apunto a las instancias profundas e incentivo a los artistas a orientarse en el problema: juntarse a ensayar por más que no estrenen, a leer, a estudiar, a ver teatro, a formarse críticamente con lo que hacen.
Vivimos en un mundo que pone por encima del teatro millones de prioridades, al mismo tiempo que roba sus mecanismos para crear una idea de realidad. Pues bien, hay que poner al teatro como prioridad, con la responsabilidad que acarrea y con el conocimiento cada vez más acertado de su potencia.
«Este oficio (como todos) tiene instancias superficiales (más de pose, más televisivas) y otras mucho más profundas que requieren de la creación, la inventiva, la imaginación».
Te formaste, entre otros, con reconocidos artistas como Osqui Guzmán, Luis Sarlinga, Rafael Spregelburd. ¿Qué otros referentes de la escena argentina te gustan y por qué?
Sebastián: Mi faro es Rafael Spregelburd. No puedo decir que me formé con él, aunque he tenido la oportunidad de tomar sus seminarios, pero lo estudio obsesivamente para extraer de él lo que pueda.
Las actrices y los actores argentinos, desde los años ochenta no han dejado de crear, además de teatro, pensamiento sobre su práctica. De ahí la aparición del concepto ‘teatrista’ y de la ‘Filosofía del Teatro’. Somos quienes pensamos el teatro y de esa forma hemos descentralizado el pensamiento erudito, el letrado, el académico que siempre está más alejado del caldero elemental de conocimiento y más cerca de ideas europeizadas del teatro, desconociendo nuestra escena.
Yo no digo que no haya que estudiar a Shakespeare, a Peter Brook o a Pina Bausch, pero sospecho que hay más afinidad y cercanía en Rafael Spregelburd y en sus modos de hacer; en Batato Barea, en Federico León, inclusive en Capusotto, en Juana Molina, en Gasalla, en Olmedo.
Debemos asomarnos a nuestra experiencia teatral más próxima, la del sesgo actoral argentino: híbrido, mestizo y grotesco, arrancado de las arenas del circo, sazonado con el género chico, contaminado con eso que han llamado realismo, estallado en los ochenta con la vuelta de la democracia, contradictorio, parricida, minoritario y hasta marginal por momentos.
Spregelburd pertenece a esta generación que miró con desconfianza las instituciones y los discursos teatrales de su época, por eso su devenir dramaturgo, su devenir director, su devenir pensador. Hacia el interior de su teatro, uno desmonta un arsenal de procedimientos que vienen del cine, la filosofía, la teoría del caos, la pintura, la música, logrando un complejo y elevado nivel de composición, donde la actuación forma parte vital de esa maquinaria.
Cuando quise complejizar mis dramaturgias, encontré el mundo ‘spregelburdiano’ que entregó muchas pistas de cómo seguir, abrió las redes con otras poéticas, re organizó mis lecturas más allá de su aspecto caótico y, por si fuese poco, fundó en mi poética un aditamento que la volvió singular y coherente con mis ganas de desafiar lo aprendido: el disparate. Una trayectoria de la desobediencia, incontenible por sus características de mutabilidad y multiplicidad, rectificadora de cualquier discurso hegemónico que se instale sobre la actividad teatral.
¿Tenés algunos teatristas locales cuyos trabajos te gusten en particular?
Sebastián: Por supuesto y aclaro que son todos amigos, pero destaco cada vez que puedo sus enloquecimientos teatrales y las diferentes razones por las cuales los admiro y decido una y otra vez mezclar mi vida y mi teatro con ellos.
El más completo para mi es Fernando Ávila. Es actor y en su teatro están siempre problematizados los títeres y objetos. Escribe sus obras y también dirige. Hemos trabajado mucho juntos. Vive en Buenos Aires, pero muchas de sus obras han nacido en Neuquén, se estrenan acá y después va y viene. Creo que Fernando lo tiene todo. Ha desarrollado en muy poco tiempo y con mucha claridad su singularidad poética. Sus obras son exquisitas en términos políticos y estéticos. Un teatro de mucho humor, inteligente y crítico, con el aditivo y la extrañeza de sus muñecos: unas bestias escénicas que suelen acompañarlo, tan vivas en su monstruosidad y tan veraces, que el público no puede más que encantarse.
Luego, en términos de actuación me gusta mucho Ain Andrés, también amiga. Ain es puro ejemplo de inteligencia actoral: se para en la escena y se vuelve foco. Es un fenómeno extrañísimo, impredecible, indescifrable. Actuar con ella es competencia pura, un entrenamiento, un duelo exigente en todo sentido, una máquina de hacer propuestas, cambios de estado y sorpresas que te obligan a actualizar constantemente tu presencia en la escena. También celebro mucho (y cada vez que puedo acompaño) la repentina aparición de teatristas locales que se aventuran en la función conjunta de actuar, dirigir y escribir, como Julieta Cabanes, Verónica Martínez y Gastón Krahulec.
¿Cuál es tu objetivo como docente? ¿Qué te gusta transmitir en tus clases?
Sebastián: Apunto al estudiante y a la avidez de su pensamiento. Me interesa un perfil de estudiante activo, alerta a lo que pasa en el mundo, en sus vidas, en la institución misma, no creo que nada de eso sea ajeno a la materia. Al teatro le interesa la construcción de otros mundos posibles (eso es básicamente la dramaturgia) y es a través de la deconstrucción de este mundo, de desgarrar aquello que entendemos como ‘realidad’, de una batalla campal contra el sentido común, que habilitamos la posibilidad de crear otros mundos posibles. Teatro y vida están para mí, imbricados constantemente.
¿Para qué hago teatro? ¿Qué me enseña? ¿Qué aprendo? ¿Qué quiero contar? ¿Qué hago ahora? Preguntarse constantemente sobre el modo de estar en la vida, en constante interpelación con ella, sobre el mundo que nos ha tocado, estimulará sin duda la inquietud. Mi cátedra y sus lecturas están orientadas a contagiar este tipo de teatro disruptivo y sus estrategias, las que (¡oh casualidad!) usa el mercado para promover el consumo, usan los políticos para lograr verosimilitud, usan los medios para ser creídos, usa el sentido común para producir enunciados universales y en un contexto más micro, repiten nuestras familias, nuestros amigos, nuestros vecinos, acríticamente.
«Mi cátedra y sus lecturas están orientadas a contagiar este tipo de teatro disruptivo y sus estrategias, las que (¡oh casualidad!) usa el mercado para promover el consumo».
¿Cuál fue tu impresión al iniciar tu trabajo docente con el IUPA?
Sebastián: Conocí el IUPA desde diversos aspectos. Como invitado participé varias veces de jornadas artísticas y había estado con obras mías en Festivales y Ciclos de Desmontaje. Pero también la conocía por sus estudiantes. También he tomado seminarios que se han dictado en el IUPA.
Mi impresión al iniciar mi trabajo es un poco la impresión con la me encuentro cada vez que la dramaturgia se coloca como ‘objeto’ de estudio: un desierto hacia el cual fugar. En general nadie quiere abandonarse hacia el desierto, quizás por la escasez de sus oasis o por las peligrosas alucinaciones. Mi impresión es y sigue siendo una invitación a descubrir lo que el safari en las arenas poéticas del desierto dramatúrgico tiene para dar, alejados de la confortable y achatada vida en las conocidas urbes del sosiego intelectual.
¿Se puede gestar un trabajo de actor, director o dramaturgo en la Patagonia y vivir de ello?
Sebastián: Sin dudas. Y las posibilidades son muchas. El campo de la docencia quizá sea el más directo y también el más expansivo, ya que en materia de docencia informal, se pueden dar talleres, seminarios o laboratorios de diversa índole o especificidad escénica. La dirección y la dramaturgia son terrenos muy vírgenes aún en nuestras localidades. En mi caso, me han contratado elencos para que dirija sus obras y también me han comisionado dramaturgias, es decir, me han pedido que escriba para determinadas causas, propósitos o eventos teatrales. Por supuesto que como en todo oficio es a base de experiencia.
Recomendaciones para nuestros estudiantes
Sebastián sugiere hacer del teatro “su prioridad, por encima de todas las cosas”. “El mundo hará un montón de trampas para que no lo sea. El teatro más interesante es una actividad minoritaria. Posee una potencia expansiva e infinita, capaz de trastocar muchas cosas. Pero hay que descubrirlo. Las escuelas de arte (como todas las escuelas) forman matrices de intelectualidad que necesariamente necesitan ser interpeladas en el afuera, en la vida y el teatro abre universos mutantes, portales hacia otros mundos, desconcertantes. Por eso, mientras antes los estudiantes salgan a buscar la escena, mejor comprensión habrá sobre las capacidades desestabilizadoras del teatro, que así y todo al ser descubierto, activa máquinas que se encargan de contagiar sus misteriosos y encantadores secretos, en vivo y en directo”.