El joven Barboza

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Foto: Horacio Martín Díaz

  La tormenta amenazaba desde temprano, los noticieros y servicios la anunciaban vigorosa, digna de un alerta. Desde que desperté la miré con atención, seguí nube a nube su desarrollo, pero ambos estábamos calmos. La tormenta y yo.
Tardé muchas horas, dos chamamés y un vals en darme cuenta de la causalidad de nuestra calma. Algo que estuvo en el aire, constante desde el primer mate.

La lluvia y Barboza vinieron juntos.

          Llueve torrencialmente en el valle, llueve litoralmente en el valle. Llueve y acompasa el acordeón de Barboza. A mí no me engañan, la lluvia y Raúl tenían una cita. O vino con el agua, o la trajo consigo o la citó específicamente a esta hora.
Quizás vinieron a regarnos el alma con canciones, a saciar la sed de bardas y montes. Quizás vinieron juntos, cómplices los dos.

Un músico paisajista

       Barboza no toca. Barboza pinta. Sus manos son las de un pintor paisajista eximio, brutal. Los pájaros, tupidas arboledas y la tierra húmeda nacían desde sus yemas y el fuelle iba dibujando, en gruesos trazos, los caudalosos ríos y saltos del litoral argentino; una locomotora avanzó desde el monte chaqueño hacia nosotros y se adentró en nuestros pechos; y hasta vimos un colibrí charlando con un árbol.

Podría decirles…

            Podría decirles que Barboza es un acordeonista multipremiado y que llegó a Francia, donde vive ya hace casi treinta años, gracias a la recomendación de un tal Astor Piazzolla.
Pero prefiero contarles que  Raúl, es eso, un Raúl más, humilde y trabajador, un apasionado, un luchador que a los 48 años manejaba un taxi ya que no podía vivir de la música.

Bitácora de momentos

            Luego de dos mil kilómetros y cinco shows Raúl, el joven Barboza de tan sólo 78 años terminó su presentación en General Roca.
A las 23 horas de este domingo lluvioso de octubre y ya prestos para cenar, Raúl se levantó y amablemente nos sirvió a cada uno la copa de vino.

            Salud, joven Barboza.

Juan Galo Santamarina